La formación humana es la más compleja de las tareas a que nos enfrentamos. La formación de otros, y la nuestra, mucho más difícil, porque en este caso somos maestro y discípulo a la vez. En ella no debe faltar algo que es uno de los diez mandamientos: amar al prójimo como a uno mismo. Partiendo de ahí, es primordial tratar de conocer y comprender todo lo posible. Como no podemos hacerlo de primera mano, es decir, no podemos ir a cada sitio, explorar, investigar y hacer descubrimientos trascendentales, hay que acudir a lo que ya hemos mencionado: la lectura. En los libros está condensada la sabiduría acumulada a través de los siglos, la imaginación de millones de seres excepcionales, la historia de la humanidad. Esto en el terreno del conocimiento. 

En los libros de poesía están la solidaridad más profunda, la comunicación más inmediata, los sueños que soñamos todos por igual, sin importar si nacimos en isla o continente, en arena o nieve. El ser humano es el mismo en todas partes, ya se ha dicho. Y el ser humano, cuando está en la poesía, ya sea como autor o lector, está en su momento más humano. Nada más formador que la poesía.

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