La infancia es la etapa donde se siembra lo que se cosechará a lo largo de la existencia. Cuanto más abundante y mejor sea lo sembrado, más y mejor se cosechará. Educar no solo la imaginación, pero sí dando a esta la gran importancia y utilidad, incluso utilidad práctica, que ella reviste, es el fin que persigue y ha perseguido siempre la literatura para niños y jóvenes. Por supuesto, matizada por épocas y maneras de pensar. Creo que dejar que los niños sueñen, creen mundos a su medida, adornen la realidad, o sea, cultiven la imaginación, es deber de la familia y tarea esencial de quien escribe para estas edades. No importa desde cuál perspectiva, o cuál sea el tema escogido, hay que escribir intentando llegar a la sensibilidad de ese lector en formación para despertar en él asociaciones que le lleven a imaginar otras realidades posibles. En fin, contribuir a forjar y enriquecer su imaginación. Sin imaginación, la humanidad estaría aún en la Edad de Piedra.

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