Creo que mi amor por la poesía comenzó cuando ni siquiera conocía la palabra poesía. Y esto lo sé retrospectivamente, porque recuerdo mi deleite con algunos vocablos que me sugerían imágenes muy alejadas de su significado en la realidad; la palabra celos me remitía inmediatamente —todavía me pregunto por qué— a una vitrina con copas de cristal fino, y el nombre de Florinda, una vecina, me hacía ver una bola de cristal, de las usadas por los niños para jugar, con una hoja verde en su interior. Y también recuerdo mi reacción al escuchar otras palabras que no consideraba agradables, y me ocasionaban un malestar inexplicable. Esa sensibilidad ante las palabras, que perdura en mí con igual fuerza, entiendo que es el sentido poético. Debo haber nacido con él, porque ni siquiera sabía leer y ya experimentaba esto que he comentado.

ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO